CRíTICA DE 'SUPERDETECTIVE EN HOLLYWOOD. AXEL F': EDDIE MURPHY Y NETFLIX ACIERTAN CON EL TARDíO REGRESO DE LA SAGA

En 2019, Eddie Murphy, de la mano de Netflix, tuvo un destacado regreso con Yo soy Dolemite, por la que optó al Globo de Oro. En cambio, no le salieron bien las cosas ni con El rey de Zamunda (secuela de El príncipe de Zamunda) ni con la familiar Navidad en Candy Cane Lane, ambas para Prime. Ahora Murphy vuelve al redil de Netflix con Superdetective en Hollywood: Axel F, en la que recupera uno de sus personajes más queridos, el resuelto policía Axel Foley.

El estreno en la plataforma supone la cuarta entrega de la longeva saga, una continuación tardía después de la original de 1984 a cargo de Martin Brest, la segunda parte, de 1987 y con Tony Scott al frente, y la tercera, de 1994 y firmada por John Landis.

Muestra a un Foley que, a pesar de las décadas transcurridas, sigue al pie del cañón y volcado en pillar a delincuentes fiel a su estilo. Esta vez su vuelta a Beverly Hills se debe al peligro que corren su hija, abogada, y su viejo amigo Billy Rosewood por el caso y la investigación relacionada que llevan uno y otro al apuntar a la corrupción policial.

Murphy confía en el director debutante Mark Molloy en una película en la que le acompañan Joseph Gordon-Levitt (como inspector y potencial yerno), Taylour Paige (protagonista de Escape Room) en el rol de su hija y Kevin Bacon en el del villano. Judge Reinhold y John Ashton se reúnen con Murphy y retoman sus míticos papeles de los agentes Rosewood y Taggart. También regresan otros dos rostros, ya más secundarios, de la saga, Paul Reiser y Bronson Pinchot.

Crítica de Superdetective en Hollywood: Axel F

La saga Superdetective en Hollywood ofreció una primera entrega simpática y con un Eddie Murphy en su salsa y dos secuelas inferiores pero con sus alicientes, en una la dirección de Tony Scott, y en otra la aportación de John Landis y su desarrollo en un parque de atracciones. La llegada de una cuarta entrega en el año del 40 aniversario generaba curiosidad a la par que recelo por su condición tardía y, digámoslo claro, por el factor Netflix. Sin embargo, agrada comprobar que tanto Murphy y como la 'temida' plataforma han acertado.

Superdetective en Hollywood: Axel F desprende la esencia reconocible en torno al policía de Detroit (y en la práctica, también de Beverly Hills) Axel Foley. Esa que tan bien funcionaba en el original de Martin Brest, al que casi iguala en términos de entretenimiento de acción y humor. Y lo hace teniendo bien presentes sus referencias y la circunscripción en las que estas se mueven. El director Mark Molloy modula y adapta la historia como exigen las décadas transcurridas sin por ello cambiar sus rasgos distintivos. Por tanto, el espíritu ochentero y noventero sigue ahí.

No inventa la rueda, y en absoluto es necesario. Basta con saber manejar los elementos para que ejerzan afinidad y que la convencionalidad de fondo, para nada camuflada, no implique la sombra de lo trillado. Y, en paralelo, que en la fórmula evocada y en la canalización del legado haya cierto oficio. Justo lo que consiguen Molloy, un entonado Murphy y el resto de involucrados.

Como ocurre cuando un imaginario se retoma tantos años después, la propuesta toma precisamente como base la cuestión de que el tiempo ha pasado, patente en el aspecto físico de los rostros de siempre. Jeffrey (el personaje de Paul Reiser, el colega al que en la segunda parte le pide que se encargue del asunto del Ferrari), ahora su jefe en Detroit, le dice a Foley que su incombustible desempeño policial está muy bien (otra cosa son sus métodos), pero que no tiene que desatender lo demás. Y aquí entra el componente clásico de la hija, ya treintañera, y el eje narrativo de la relación paternofilial dañada por la distancia.

A partir de los aspectos expositivos indicados, Superdetective en Hollywood: Axel F articula lo referencial. La modulación al respecto se palpa de inicio por la música que suena durante el paseo en coche por Detroit y por la secuencia de la persecución con el quitanieves, la cual hace pensar en la del camión con el tabaco de contrabando al principio de la película de 1984. A ella también remite después la plasmada camino de la resolución.

Siguiendo con las conexiones con el origen, Foley vuelve de nuevo a Beverly Hills por un asunto personal, en este caso la peligrosa situación de su hija y la desaparición de Billy Rosewood. Su primer viaje estuvo motivado por el asesinato de un amigo en el rellano de su casa cuando había ido a visitarle; el segundo, por el ataque al jefe Bogomil, y el tercero, por la muerte del jefe Todd.

En esa línea, las tretas de Foley para acceder a sitios o engañar a los delincuentes no dejan de ser modulaciones cómplices de la vía conocida. Por otro lado, la posterior ayuda e implicación en el caso, aun habiendo sido suspendido, del inspector encarnado por Joseph Gordon-Levitt guarda paralelismos, distancias al margen, con Taggart y Rosewood cuando acababan inmersos en el 'estilo Foley'. Esta vía depara, además de juegos con el hecho de que el agente es el exnovio de la hija, una divertida escena en helicóptero.

Los nexos se extienden al villano a cargo de Kevin Bacon. Su perfil entraña ecos similares a los de los personajes de Steven Berkoff y Jürgen Prochnow en la primera y la segunda.

El tiroteo final en la mansión enlaza asimismo con lo ochentero/noventero y con la propia saga. Los guiños efectuados a través de los diálogos y las actitudes de Rosewood y Taggart (cuánto gusta reencontrarse con Judge Reinhold y con John Ashton) son de los que conquistan. Y el cierre con los tres viejos amigos en el coche, culminado como no podía ser de otra forma con la imagen congelada de un sonriente Foley, resulta arrebatador.

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