MANEL LOUREIRO: "LOS QUE GENERAN CONFLICTOS NO SON CAPACES DE DOMINAR A SUS DEMONIOS"

«Mis hijos son extremadamente futboleros. Manel y Roi, de 12 y 9 años, me pidieron: “Queremos que nos traigas una camiseta del Real Zaragoza”. Algo que no hicieron con otras ciudades españolas donde presenté ‘Cuando pase la tormenta’. Tienen un carácter bastante quijotesco y, en la lucha de grandes y pequeños, les gusta que ganen los pequeños. Admiran a los equipos que tienen personalidad. Mi hijo pequeño me dijo una vez: “No me gustan los equipos que tienen que ganar siempre”», dice Manel Loureiro (Pontevedra, 1975), que presentó su novela,PremioLara, ayer en Ámbito Cultural, en Zaragoza.

Se le ve contento.

Lo estoy, sí. Un premio no cambia nada o lo cambia todo porque de repente la gente ya te ve de una manera distinta y te pone en un sitio diferente. Entras en una lista especial de grandísimos autores. Y eso supone reivindicación por una parte y, por otra, reconocimiento, que es una cosa que importa en una profesión como esta en la que el síndrome del impostor siempre acecha.

¿Aún tiene ese síndrome?

Lo he tenido y lo sigo teniendo. Me he dado cuenta de que lo seguiré teniendo durante toda mi vida profesional porque cada nuevo libro es como empezar otra vez desde cero. Y me gusta eso porque indica que me sigue importando, apasionando y emocionando mi oficio. Tener dudas implica que aún crees que puedes escribir mejor tus libros.

¿Se siente el Stephen King gallego y español?

Es una comparación, que se hace desde hace años, muy bien intencionada, pero no es correcta.

¿Por qué no?

Porque me comparan con un autor que tiene más de 70 títulos, cientos de millones de lectores en todo el mundo, más de 70 años y toda una trayectoria incuestionable a sus espaldas. Más que lo sombrío, hay una cosa que me encanta de Stephen King, y que creo que compartimos: él es un autor que tiene fama de creador atmósferas, de ser un escritor de ‘thriller’ y terror, pero sobre todo es un gran escritor costumbrista.

Usted no se queda atrás aquí, en su novela 'Cuando la tormenta pase' (Planeta).

Las historias que cuenta King, por lo general, tienen lugar en pequeños sitios rurales con ambientes muy marcados donde las relaciones son el germen de todos los conflictos. Y ese costumbrismo, que entronca con la literatura española y que en él viene de otro sitio, siempre me ha fascinado. King genera atmósferas en sitios pequeños de modo magistral. Ese es el punto de unión donde a mucha gente le empieza a resonar la música de nuestra afinidad.

Pero también hay afinidad en esa preocupación por el dolor, la oscuridad, el odio, lo siniestro, la ambición desmedida, la maldad. ¿Por qué le preocupa tanto eso?

Me fascina la naturaleza humana. Y me fascina eso de que estemos a tres comidas calientes y dos noches durmiendo al raso de la sensación de que hasta la persona más buena que conozcas tiene un cuartito donde guarda todo lo que no nos gusta, y lo cerramos con dos vueltas de llave. Hay gente que ese cuarto no lo tiene bien cerrado o no le ha dado bien las vueltas de llave, o directamente lo abre.

¿Y qué sucede, entonces?

Son esas personalidades límites las que me fascinan y las que fascinan a los lectores, y las que permiten conectar con esa parte que nos inquieta de los demás. Eso puede ser para una novela negra, una novela de misterio o un ‘thriller’. Los seres que generan conflictos empiezan generándolos consigo mismos ya que no son capaces de dominar sus demonios.

¿Por qué la isla gallega de Ons, deshabitada en otoño e invierno, llena de mitos…?

Ons es un sitio singular. Un destino turístico masivo en verano. En invierno cuando el tráfico de ferris cesa, y cuando llegan los temporales, el muelle de la isla queda inutilizado por el oleaje. No se pueden amarrar los barcos. Y los 20 o 30 vecinos que viven allí pueden quedar incomunicados durante semanas. Tampoco tiene luz eléctrica durante las 24 horas del día.

Tengo la sensación de que muchas cosas que cuenta le sucedieron a usted.

Sí, sí. Viví allí una semana para captar sensaciones, olores, las tormentas, los oleajes. Me fui en pleno invierno como el protagonista de la novela, el escritor Roberto Lodeira. El faro de Ons, por cierto, hasta hace era uno de los últimos faros habitados de Europa. Me impresionó estar allí y ver la biblioteca que habían acumulado los distintos fareros. Viví en un sitio casi absolutamente vacío.

¿Se halló con lo que sucede en la novela, esa pelea de familias?

No, no. Eso es inventado. Felizmente la gente de Ons es muy agradable y acogedora. Pero a veces, por cosas que no se sabe de dónde proceden, estallan en el mundo rural fenómenos como Fago o Puerto Hurraco. Enconos antiguos de la España vacía que ya están en las disputas a la manera de los Capuleto y Montesco de William Shakespeare. Y a la vez andan por ahí supersticiones que forman parte de nuestro mundo mitológico y que también nos cambian la vida, ese mundo de aire malignos, de trasgos, de meigas y brujas, todo ese universo que está en el mundo galaico y en la obra de escritores como Rafael Dieste o Álvaro Cunqueiro, a los que tanto admiro. Ahí están películas como ‘As bestas’ o el drama que cuento aquí.

Aborda la vida de un escritor, en crisis, que va a escribir una novela.

Sí. Es un hombre en formación, que no sabido asimilar su éxito, inmaduro, y a su pesar enciende fuegos todo el tiempo. Dicho sea de paso, es complicado vivir allí. No hay comunicación con tierra. Si te das una ducha tienes que hacerlo rápido. Y lo más agobiante es que tenías la sensación de estar caminando por un decorado. Cruzas sitios llenos de casas cerradas a cal y canto, donde sabes que no hay nadie. O avanzas por esos acantilados y te dabas cuenta de que nadie sabía que estabas allí.

Eso no le pasa al protagonista: desde el primer instante le pasan cosas. Baja del barco y todo se empieza a tambalear.

Es verdad. Desde que llega la lía. En cambio, yo sentía la necesidad de estar llamando por teléfono para oír otras voces. Hablaba hasta con mis editoras a las que tanto les debo. Roberto Lobeira es un hombre atenazado por las dudas, pelotea hacia adelante, y vamos a ver qué encontramos. Y lo que se va a encontrar es una zona volátil y él va a ser como el detonador de cosas que van a suceder de manera involuntaria. Es como un castillo de naipes que se derrumba y él es el toquecito que desde que empieza no para. Es como una tormenta metereológica que, dicho sea de paso, también está en la estructura interior de la novela.

¿Es posible que la isla tengo esas dos dueños con esos rencores?

No. No. Eso es imposible. Es pura ficción. Pero sí viví una curiosa impresión, sobre todo por la noche: tienes la sensación de estar rodeado por las luces y ves el alumbrado público de las ciudades y los pueblos, y te das cuenta de que que la gente sigue con su vida en tierra firme a espaldas de una isla que está en frente de ellos y que es como si estuviera en la luna. Es una sensación muy poderosa e inquietante.

A veces ese viaje hace pensar en ‘El corazón de las tinieblas’ de Joseph Conrad.

Salvadas las distancias, en cierto modo, creo que sí. Es un libro en que he invertido un año y medio: seis meses de documentación, ocho de escritura, cuatro de correcciones. Y he buscando ajustar el ritmo, la naturaleza y la psicología de los personajes. Es un libro que tenía muy claro antes de empezar a redactarlo y que ahonda sí en las disputas y en la paradojas de la condición humana y la violencia soterrada. Y esas fuerzas telúricas que van más allá de la superstición. No es el primero, pero es un homenaje a Galicia y a su mundo en un tiempo en que la globalización acaba con muchas cosas.

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