ANGéLICA LIDDELL, 'EL ARTE ES COSA DE LOS ARTISTAS'

La dramaturga y actriz española tuvo el honor de inaugurar el Festival de teatro de Aviñón, con “Dämon, el funeral de Bergman”. En el Palacio de los Papas resonó el discurso implacable de Liddell contra la humanidad, la clase política, y sobre todo, contra los críticos de arte.

La escena se vistió de un intenso rojo, el color que representa la muerte y pasión de Cristo. La muerte es uno de los temas centrales de esta obra, en la que Angélica Liddell rinde homenaje al que ella llama “su marido estético y espiritual”. La española se inspiró de Ingmar Bergman, y particularmente del guion que el sueco dejó para sus propios funerales, como si fuera su última obra maestra.

“Dämon, los funerales de Bergman” comienza con la deambulación de un personaje vestido de papa, seguido de un enano maquillado de calavera, inmóvil en el centro del escenario. Lo mejor llega después, cuando la propia Liddell entra en la escena, se lava las nalgas y tira el agua residual sobre las paredes del Palacio de los Papas.

Dando la espalda al público, la española lee algunas de las críticas más virulentas e insultantes que ha recibido de los medios franceses, citando el nombre de los periodistas que denigraron sus anteriores trabajos. Liddell prosigue su monólogo catalogando el de los críticos como un oficio vil, banal e incluso dañino para el arte. “El arte es cosa de los artistas”, sentencia.

Durante dos horas, Liddell da rienda suelta a su pensamiento, condenando la maldad e hipocresía del género humano. Sin piedad, se dirige al público asegurando tener asco y pena por la humanidad, llena de traidores, mentirosos y asesinos.

El demonio de la vanidad

El discurso feroz de Liddell se refiere también a la vejez, su lote aterrador de decrepitudes, “mierdas y vómitos”, y el laberinto en el que se transforma la memoria. La española habla de sus padres, y particularmente, de su padre fallecido, a quien vio comerse sus propios excrementos. ¿Acaso no han pensado que viviréis lo mismo?, lanza al público en una apasionada invectiva contra la vanidad.

Como sus trabajos anteriores, llenos de belleza, desnudez y obsesiones, “Damon” es una defensa radical, cruda, a lo único que la satisface y la mantiene de pie frente a la locura humana: el arte. El refugio de Liddell es el escenario, incluso si es monumental como el del Patio de honor del Palacio de los Papas. Liddell lo llena con su verbo y presencia, en un performance inaugural de Aviñón, el primero en español de la larga historia del festival.

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