EL LIBRO PERDIDO

La editorial Blatt & Ríos acaba de publicar Alcancía - Ida, la primera parte de los diarios de Rosa Chacel. Ana Mazzoni, la siempre amable y eficaz encargada de la prensa de B&R, ofreció enviarme el libro, pero le contesté orgullosamente que tenía la ida y la vuelta agrupados en un solo tomo, el volumen 9 de sus Obras completas, editadas en Valladolid en 2004. Lo teníamos porque en una época Flavia se había hecho fan de Mario Levrero, que en La novela luminosa habla con fervor de Chacel y la cita como inspiración. Así que a Flavia le dio curiosidad por Chacel y dio con los famosos diarios. Cuando los vi, me sorprendió que ese tomo de mil páginas fuera el noveno de una colección. Pero Chacel, nacida en Valladolid en 1898 y muerta en Madrid a los 96 años tras vivir en París, Buenos Aires, Río de Janeiro y Nueva York fue una autora prolífica de novelas, ensayos y poesía. Aunque como en el caso de Gombrowicz, los diarios parecen ser lo más perdurable de su obra.

Nunca entendí del todo los méritos de Levrero, muy elogiado por gente que sabe, y tampoco había leído a Chacel, de modo que pensé que había llegado la hora de hacerlo con los dos. Así que separé el grueso volumen de tapa dura para retomarlo en la próxima ocasión. Antes leí el prólogo en el que un amigo suyo, Javier Marías, destaca el tono de queja permanente que recorre la escritura, lo que la emparenta en su neurosis literaria con Levrero, cuyo personaje se me había hecho insoportable en su momento. Pero de chiflados está hecha la literatura, así que eso no me amilanó. Sin embargo, tuve un inconveniente: cuando decidí ponerme a la tarea, el libro había desaparecido de los lugares que solía frecuentar.

Nuestra biblioteca es de un desorden feroz, motivado principalmente porque hace tiempo que los libros no caben en los anaqueles y están agrupados en pilas en distintas partes de la casa. Aun así, suelo ser capaz de encontrar un libro a partir del recuerdo de la última vez que lo tuve en mis manos. El problema con Chacel era que no podía andar muy lejos de los puestos de lectura (la cama, la mesa, el sillón). Y, sin embargo, no estaba. Revisé y revisé,  pero no hubo caso, aunque es una pieza muy ostensible, no un librito que se pueda traspapelar mezclado con otros. Pensé que podía haberlo trasladado por error a una sección de libros ya leídos y tampoco. Después se me ocurrió que podía habérmelo olvidado en un café donde también suelo leer. No hubo suerte allí tampoco.

Durante una semana me hice cargo de que un signo preocupante de envejecimiento era no poder encontrar un libro en la biblioteca. La única manera que se me ocurrió de contrarrestar esos malos pensamientos era ponerlos por escrito y de allí surgió esta nota. Solo que ayer, cuando ya tenía decidido hacerlo, Rosa Chacel me guiñó el ojo desde una biblioteca cuyos ejemplares no tenían nada que ver con ella. Se ve que, craso error, lo había puesto ahí para preservarlo de un entrevero indeseado. No tuve tiempo de leerlo en estas horas, pero al pasar las páginas vi que la autora hablaba del mundo cultural de Buenos Aires en los 50, de Borges, de la gente de Sur y de otros muchos personajes, desde una periferia altanera desde la que se permitía despotricar contra Simone de Beauvoir y pensé que ese era un punto a favor para dedicarle más tiempo.

2024-09-01T06:21:50Z dg43tfdfdgfd