EL QUE SE ENOJA PIERDE

Un antiguo y popular dicho mexicano advierte: “El que se enoja pierde”. Sabio consejo. La ira puede hacer que se pierdan amistades, amores, salud, negocios, posesiones, dinero e incluso la vida. Aun así, no se la puede eliminar, puesto que se trata de una emoción y las emociones son inherentes a la condición humana. Como señala Norberto Levy, pionero argentino en la psicología humanista e impulsor de la autoasistencia psicológica (un abordaje que permite entender y regular el flujo emocional), “las emociones son aprovechadas completamente cuando uno aprende qué problema específico detecta cada una de ellas y cuál es el camino que resuelve el problema detectado”. En su libro La sabiduría de las emociones (un clásico imprescindible para comprender el universo de aspectos e interacciones que nos habitan interiormente), Levy define al enojo como una de las emociones que más preocupan y más daño causan a la humanidad. Propone, así, distinguir entre el enojo que destruye y el enojo que resuelve. Puesto que la ira nace de la frustración de una intención, un deseo o una necesidad, la energía que estaba invertida allí en principio se embolsa y luego emerge de manera eruptiva. Tragarse el enojo equivale a dañarse a uno mismo sin resolver la cuestión. Expulsarlo con odio y con la intención de dañar a aquel o aquello que lo provocó solo provoca pérdidas como las que pueden enumerarse a partir del refrán mexicano. Se suma un problema al que ya existía y provocó la ira.

Tanto en épocas primitivas de la humanidad como de nuestra propia historia personal primaron las reacciones iracundas instintivas, disfuncionales y violentas ante amenazas o frustraciones. Cuando podemos pasar del enojo que destruye al que resuelve damos un salto en materia de sabiduría emocional y autoaprendizaje psicológico, tanto en el orden individual como en el colectivo. Enojo que resuelve es aquel que transmuta la energía de la frustración en una clara, explícita y asertiva demanda de lo que se necesita o se espera y en una propuesta funcional y operativa para conseguirlo. De lo contrario, se repite, de manera tóxica, una vieja, inoperante y destructiva respuesta al motivo de la ira.

En todos los órdenes de la vida, el enojo disfuncional, ciego y virulento produce heridas irreparables y abona resentimientos que terminan en un círculo vicioso. En lo íntimo y privado puede destruir parejas, enemistar hermanos, lastimar a padres e hijos, dinamitar viejas y valiosas relaciones afectivas. En el plano social, colectivo y político puede resultar aún más terrible, porque involucra la vida de miles o millones de personas y destinos comunes, y sus efectos, en muchos casos trágicos, suelen alcanzar a más de una generación. Es muy difícil que un gobernante que no puede comprender y regular sus emociones, que es prisionero y esclavo de ellas, pueda gestionar con templanza y sabiduría el rumbo de una nación entera. Más aún si no admite otras ideas o urgencias que las suyas, si desprecia a quien no las comparte, si se cree amenazado por quien piensa de un modo diferente y, con actitud paranoica, divide al mundo en adoradores y enemigos y para estos solo guarda insultos y amenazas. Gestionar una emoción puede resultar, aunque no lo parezca, más difícil, y finalmente más sabio, que conducir un país. “Son más penosas las consecuencias del enojo que las causas que lo motivan”, aseguraba Marco Aurelio, quien condujo nada menos que el imperio romano entre los años 161 y 180 de esta era y fue no de los padres de la filosofía estoica. Gran estratega y gobernante, sus Meditaciones tienen, veinte siglos más tarde, una luminosa vigencia y no necesitó de las fuerzas del cielo para gobernar sabiamente.

* Escritor y periodista.

2024-06-16T03:54:10Z dg43tfdfdgfd