EL TRAUMA FAMILIAR QUE UNE A MILEI, TRUMP Y MUSK

Javier Milei admira tanto a Donald Trump que la única vez que se cruzó con él, en febrero de este año (en un pasillo de una cumbre conservadora en Washington, después de que Trump lo mencionara en su discurso), lo abrazó y le dijo: “¡Presidente! Qué lindo conocerlo. Es un gran placer conocerlo, presidente. Es un gran honor para mí. Gracias por sus palabras hacia mí. Estoy muy contento, es muy generoso. Muchas gracias, muchas gracias, lo digo en serio. Usted es un gran presidente y espero que gane. Espero verlo otra vez. La próxima vez, como presidente”.

Lo admira tanto que sinceró en público su sentimiento pese a que el presidente actual de los Estados Unidos no es Trump, sino Joe Biden, con el razonable malestar diplomático que podría suponer tanta muestra de simpatía hacia el rival electoral de los demócratas.

En términos ideológicos, Milei no tiene nada que ver con su admirado Trump, líder de un partido tradicional que reivindica el rol del Estado, es crítico del liberalismo globalizador y ajeno totalmente a cualquier ideario anarquista.

Padres. En cambio, sí hay características que lo acercan al estadounidense. Como la estética y el estilo showman, la escasa corrección política, la violencia discursiva, el odio hacia los periodistas y el uso indistinto de verdades, medias verdades y mentiras.

Esta semana, por ejemplo, y al mejor estilo Milei, Trump difundió en sus redes un mensaje que sostenía que Kamala Harris, al igual que la excandidata Hillary Clinton, hicieron sus carreras ofreciendo favores sexuales: “Es curioso cómo las mamadas impactaron sus carreras”. Ya había calificado de “india”, “tonta”, “marxista”, “bajo cociente intelectual” e “incompetente” a la actual vicepresidenta.

En un reciente acto partidario, contó que sus asesores le aconsejaban dejar de agredir personalmente a su rival demócrata y les preguntó a los presentes cómo creían ellos que debían ser sus próximos ataques. Ante la respuesta unánime de que debían seguir siendo agresiones personales, Trump cerró: “¡Entonces mis asesores están despedidos!”.

Milei y Trump también tienen una fuerte historia que los une, quizá más que cualquier otra cosa. Ambos comparten el trauma de padres abusadores.

El caso del argentino fue contado por él mismo: una infancia cruzada por golpes y violencia verbal, solo protegido por su hermana menor, Karina. El republicano siempre ocultó el tema hasta que su sobrina, Mary Trump, reveló una oscura trama familiar, con un padre abusador y sociópata.

En 2020 Mary escribió un libro titulado Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo.

Existe otro líder internacional al que el argentino admira profundamente, pero no es político sino empresario: Elon Musk. Como Milei y Trump, el dueño de la red X es provocativo, poco empático, agresivo y permeable a que su red sea un caldo de cultivo permanente de fake news y mensajes de odio.

Musk también comparte con Milei y Trump (a quienes suele elogiar) un pasado doloroso: su padre era un golpeador del que su madre debió escapar, mientras que él en la escuela sufrió el persistente bullying de sus compañeros. Igual que Milei.

Crueldad. “La crueldad como sociopatía” es el célebre estudio de Fernando Ulloa, uno de los fundadores de la carrera de Psicología de la UBA. Milei, Trump y Musk podrían encuadrar dentro de lo que este trabajo señala como sobrevivientes con secuelas graves. Son las personas que sufrieron crueldad en su infancia y adolescencia, y luego, de grandes, tienden a replicar la misma crueldad con otros, sin ser conscientes de ello.

La crueldad es una instancia superior de la violencia, es la violencia ejercida con goce. Que es el goce que parecen demostrar estos tres hombres cuando agreden a los demás.

De cualquier modo, todo esto no dejarían de ser curiosidades psicológicas si no fuera porque se trata de un expresidente (que tal vez vuelva a serlo) del país más poderoso del planeta, de un mandatario en ejercicio y de uno de los hombres más ricos del mundo. Son tres personas que influyen, pero que a su vez son avaladas por millones de otras personas. Y son parte de un amplio grupo de líderes mundiales unidos no tanto por sus ideas como por sus similares personalidades y sus formas de relacionamiento social.

Ellos son importantes en tanto representan a sectores sociales que se sienten bien espejados por sus estilos violentos e irreverentes. Cuando en el mencionado acto trumpista, en Carolina del Norte, los allí presentes le respondieron a su líder que querían que siguiera atacando a Kamala Harris con el mismo tipo de descalificaciones personales, lo que hicieron fue confirmar que son los sectores sociales los que eligen a los líderes que más se les parecen. No al revés.

Rotos. En la Argentina, el 30% de la sociedad que votó dos veces a Milei (en las PASO y en las generales) más una parte del 26% que se sumó en el balotaje, lo votó no sólo porque quería un cambio drástico del rumbo político del país. Eligió para protagonizar ese cambio al candidato más disruptivo, excéntrico y agresivo de todos los que participaron en esa elección. Alguien que se reconoce públicamente como “loco, pero no boludo”.

Un dirigente liberal como Yamil Santoro, que en su momento tuvo un trato cercano con Milei, lo explica así: “Javier es psiquiátrico, está humanamente roto y por eso es tan potente: la gente empatiza con él porque está enojada”.

El mismo análisis hace Lilita Carrió: “Una sociedad rota vota a un roto, él nos expresa. Una sociedad resentida vota a un resentido”.

Con hacer un seguimiento de la evolución de distintos índices económicos (empleo, inflación, pobreza, inseguridad, crecimiento) de las últimas décadas (y en especial de los últimos doce años), se podría esbozar una primera explicación sobre las razones de la angustia colectiva.

Pero las causas de por qué una parte de la sociedad fue capaz de pasar de ese estado de angustia a exigir una ruptura profunda con los valores vigentes desde la recuperación democrática son más complejas. Dentro de esa complejidad, resultaría lógico que para corporizar tal ruptura esos sectores eligieran la representación de alguien que puede estar “humanamente roto”, pero que lleva internalizada la necesidad de destruir todo lo pasado.

Romper el Estado, romper con el “nido de ratas” del Congreso, romper diplomáticamente con países históricamente relacionados, romper con las normas de convivencia republicana, romper con los sectores que no piensan igual. Incluso romper con los oficialistas que no están dispuestos a romper de la forma en que se les indica.

Corruptos. Como se ve, no es un fenómeno sólo argentino. Existe un malestar general con los resultados de la globalización, un cuestionamiento renovado con la distribución de la riqueza y una insatisfacción creciente con las normas económicas y culturales del capitalismo democrático.

Pero sí es sólo argentina la forma en que una mayoría social eligió enfrentar al sistema vigente. No hay otro país en el que para mejorar al Estado se haya votado un modelo que, como solución, promueve la desaparición de ese Estado.

La palabra ‘roto’ tiene un origen etimológico similar a la palabra ‘corrupto’. Ambas comparten del latín el participio perfecto ruptus, que es ‘hacer pedazos algo’.

Se dice que una persona rota es la que tiene hecho pedazos el espíritu, su personalidad. Y un corrupto es el que tiene rota su relación con las normas vigentes. Se necesita de ambos para romper todo.

Hay sectores en distintos países que intentan conformar nuevas mayorías dispuestas a romper todo para que, de los escombros de lo viejo, surja algo mejor.

Con la razonable esperanza de que eso sea posible.

Sin considerar los riesgos que se corren si el experimento sale mal.

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