HAY MUCHAS MANERAS DE PERDER

La invención de una vida se pierde en el instante que se mira por primera vez a ras de piso. Y vuelve una y otra vez, el reino perdido, la infancia, a acompañarnos en cuanto emprendamos el vuelo. Le pasa a la narradora de la primera mitad de Troika, de Isabel Zapata, la niña Andrea, y nos sucede a todos. Narrándose se hace Andrea, con retazos de vieja fotos y aromas de cocina, ecos de accidentes lejanos, pérdidas y mudanzas, en la pasaje de su vida con perros. Y en la pequeña Troika, el perro numen y fantasma del relato de Zapata converge ese otro tiempo cuando se miraba la primera vez. Y nadie olvida la primera vez.

“Me interesaba en principio escribir una novela sobre una perra”, comenta la autora mexicana en Buenos Aires, participante de la Residencia de Escritores Malba, sobre su debut en la novela editada por Rosa Iceberg, “El vínculo entre los seres humanos y los perros me ha importado desde siempre. Dentro de los vínculos generales animal/humano, se fue desprendiendo en mi mente lo de una perra y una niña. Porque es una cosa aún más especial en la infancia. Allí hay algo bastante salvaje. Como que no están completamente domesticados los niños ni los perros. Lo interesante era mostrar cómo este vínculo primal puede ser bastante fuerte y duradero. Es una novela que también se lee como una historia de amor”, comenta la también editora de Antílope.

Poeta y ensayista, de vocación filósofa, Zapata al igual que en publicaciones anteriores, el poemario Una ballena es un país” (Rosa Iceberg) y los ensayos Maneras de desaparecer (Editorial Excursiones), hibrida los géneros y rompe con moldes enunciativos. “Pinto el pasar”, escribía su invocado Montaigne, un compañero de ruta de Zapata. Este humanista francés elevado a ejemplo del ensayo consideraba a sus escritos, “remendados de sus diversos miembros, sin una forma definida, que no poseen un orden, una continuación”. Y así la narración de Troika viene y va de la prosa poética a la indagación filosófica que emana del juicio y los costumbres. Mario Bellatín, por ejemplo en la nouvelle Perros héroes (2003), integra estas camadas de escritores latinos que vagabundean pasajes y paisajes a paso animal, y hablan de un cercano que se hace universal latinoamericano.

A través del espejo. Fundamental resulta lo animal en las transformaciones del personaje, sea presente o espectro que rodea a la acomodada familia Sánchez Castro, de mamá Josefina y niña Andrea, y a la cuidadora Francisca, “aparecen preminentes las mujeres, pero creo que más que de maternidades se habla de cuidadoras y el rol esencial de las mujeres en la crianza”, aclara Zapata, y en ese devenir-niña. Que será marca de la progresión-regresión que se narra en la primera parte, menos lineal, que la segunda; donde la adulta Inés, prima de Francisca, presta la voz normalizadora, sin encantamientos. “Memoria e imaginación es el juego que propone la historia, y que está contada de dos puntos de vista. Es una frontera que gustaba indagar ya que zurce aquello que recordamos y aquello que inventamos. Que no es tan diferente. La memoria es un ejercicio de reconstrucción finalmente a través de otros relatos. Y todo el resto los inventamos para sobrevivir a la cotidiana. Yo pensaba la historia como una primera parte donde la narración es un pájaro que se posa sobre el suelo, y mira fijamente un entorno; y luego una segunda parte, donde ese pájaro eleva vuelo. Y eso es un ejercicio que nosotros hacemos a diario para darle sentido a todos los sucesos inexplicables o injustificables”, acota de un relato “plagado de fantasmas. Hay uno más tradicional como en las novelas góticas, un espanto, un espectro, pero eso no es todo lo que acecha. Pienso que no necesariamente son las personas que están muertas quienes nos rondan sino que, también, son los miedos con los cuales convivimos”, cierra la escritora, y rompe el espejo abismal.

Y sus personajes, mientras tanto, aprenden “a cómo se van acomodando aquellas cosas que vamos perdiendo. A cómo, más bien, cambian de lugar”, reflexiona Isabel Zapata, que integra una camada de nuevas escritoras mexicanas, entre ellas se destacan Brenda Navarro y Aura García-Junco, que deslindan y dislocan géneros y roles, como podría ser en nuestro medio Marina Yuszczuk y Vanina Colagiovanni, no casualmente editoras como Zapata, nacida en el DF en 1984.

Todo es literatura. “Pero la mayoría de los días que pasamos juntas no fueron ideas grandiosas, sino de las ideas comunes y corrientes que se teje el amor verdadero. La mayoría de los días no la envolvía en papel burbuja ni le enseñaba a pelar cacahuetes ni la salvaba de morir ahogada. La mayoría de los días de esos años de mediados de los noventa los pasé sentada en el pasto, con la falda azul marino del uniforme llena de tierra y las trenzas despeinadas, pronunciando ante mi perra un extraño discurso para canes que ella siempre escuchaba atentamente”, en una de las páginas de Troika, escena de la perrita Pérez Troika y la niña Andrea, que podría aparecer otro recodo más de la denostada literatura del yo, “Todos escriben base a su yo, por favor. Eso no me preocupa. A mí de un libro me interesa la plasticidad de lenguaje, qué me devuelve sobre mí misma y de qué manera dialoga conmigo en movimiento. ¡Qué en la ficción no es literatura del yo!”, retruca Zapata.

“Si mi alma pudiera asentarse, no me ensayaría, me resolvería; ella está siempre en aprendizaje y a prueba”, otra vez Montaigne, sin salir de su torre, hizo el mundo; la creación del yo, el sujeto abierto a la novedad y lo inacabable.

Filosofía de vida. “Quería hacer el experimento de escribir poesía con algo completamente ajeno a mí como este filósofo francés del 1500”, comenta la escritora que agradece la vida porteña, que le permite en la residencia redondear un poemario inspirado en Montaigne, y participar de varias charlas, una de ellas en el ciclo “Historia secreta de mi biblioteca”, que tuvo lugar a finales de junio en la editorial Ampersand. Isabel en la tercera vez entre nosotros, enamorada de las medialunas, y los libreros de la calle Corrientes porque “la literatura ocurre antes de sentarse a escribir”, afirma. Y vuelve a Montaigne, “el más clásico de los modernos y el más moderno de los clásicos” según Harold Bloom, “No tanto por sus ideas sino como figura. Este es un filósofo muy interesante porque sigue hablando del presente en temas como el multiculturalismo, la educación y la naturaleza. Es un referente en el ensayo, pero también en la concepción política del mundo. Sin embargo, hay está ausente. Nos hace falta me parece jugar con estas figuras clásicas para entender el mundo actual y siento que la poesía es el campo apropiado”, juega Isabel, juega a una multiplicidad en su andar narrativo que no deja de transformarse. Y en el que una muela puede aparecer entre las sábanas.

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