LA DELGADA LíNEA ENTRE LO INNATO Y LO ADQUIRIDO

Faustino Oro, con tan solo 10 años, deslumbra al mundo del ajedrez. Se destaca por sus premios y reconocimientos que acumula de manera natural, casi sin despeinarse. Un presente a puro vértigo y un futuro prometedor que provoca admiración entre propios y extraños, pues tarde o temprano la bandera nacional flameará en lo más alto del juego milenario gracias a sus hazañas. 

Por estos días, Faustino lidera en Barcelona el Torneo de Maestros y podría transformarse en Maestro Internacional. Sin embargo, ¿qué lo hace tan especial? ¿En dónde reside su capacidad notable? ¿Nació con cualidades innatas que nadie más tenía, o bien, se entrenó de un modo singular? Las mismas preguntas que se realizan sobre esta joven promesa, se pueden practicar sobre otras figuras que regaló la historia en los más diversos rubros. Desde Lionel Messi y Diego Maradona, pasando por Beethoven y Martha Argerich, Einstein y Marie Curie, en definitiva: ¿genio se nace o se hace?

Cuánto de genes y cuánto de ambiente

Un interrogante gira en torno a los procesos mentales que transcurren en los cerebros de estas personas talentosas. Por qué Oro piensa movimientos con mayor velocidad que otros, por qué Messi rompe los récords que rompe, por qué Usain Bolt siempre corrió más rápido que los demás. Andrés Rieznik, neurocientífico y profesor de la Universidad di Tella, se esfuerza por responder alguno de estos enigmas. 

“Hoy en día, en comportamiento humano, sabemos que grosso modo, a la hora de explicar las diferencias entre nosotros --es decir, de responder básicamente por qué algunos son más genios que otros-- el 50 por ciento se explica por los genes y la otra mitad por la crianza. Por supuesto que existen facilidades y dificultades: hay gente a la que le irá mejor con la matemática, con el deporte, las letras. Al mismo tiempo, si tenés facilidad genética, pero no le ponés trabajo, te quedás muy por detrás con respecto a quien no tuvo facilidad genética y, sin embargo, trabajó mucho”, admite.

Rieznik continúa con ejemplos puntuales que orientan la hipótesis del 50 y 50. “Los grandes genios como los Messi, los Einstein, las Marie Curie, las Luciana Aymar, tuvieron las dos cosas: una enorme suerte en la lotería genética y tuvieron ambientes de crianza y un esfuerzo sostenido que les permitieron florecer”. En muchos casos, se suele concebir la discusión entre la influencia de la genética y del ambiente de manera esquemática. Hay quienes, desde diferentes disciplinas, no conciben que sea posible establecer niveles de protagonismo para genética y el ambiente. Por ejemplo, la lectura sociológica postula que existen, más bien, condiciones de existencia que explican las diferencias.

Alejandro Dujovne, referente en el campo de la sociología de los intelectuales, lo apunta en este sentido. “El problema que suele haber con el modo que encontramos de explicar la irrupción y existencia de los genios, radica en lo que la idea misma de genio implica: la excepcionalidad. Es una persona diferente, singular, que se destaca de una manera admirable en un deporte, una ciencia, un arte. Si bien es innegable la existencia de dotes que pueden favorecer un desempeño excepcional, la explicación espontánea que solemos dar, de sentido común, es en el fondo tautológica: el genio se explica por su genialidad, una suerte de predestinación basada en el hecho de ser un prodigio, no hay nada que lo explica fuera de la genialidad misma”, sostiene el investigador del Conicet y de la Universidad Nacional de San Martín.

Según se puede entrever, los llamados niños genios o prodigios viven la vida de un adulto en el cuerpo de infantes. Como sus cualidades son notables, la rutina familiar se trastoca y afrontan temprano experiencias que en la mayoría de los casos llegan con la adultez. Pero nada es gratuito, ni siquiera tener un don para el movimiento de las blancas y las negras; para pegarle como los dioses a la pelota; o tener destreza en varios idiomas habiéndolos apenas escuchado, o para realizar cuentas matemáticas como si de una supercomputadora se tratara. Ser distinto también diferencia, distingue, separa: excluye. El precio de la singularidad es también jamás acceder a la pretendida “normalidad”, a realizar las actividades que tradicionalmente realizan quienes tienen la misma edad.

Lo que sabe y no sabe la ciencia

Consultado por Página/12, Alberto Kornblihtt, profesor emérito de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA hilvana su hipótesis. “La inteligencia puede tener un factor ambiental, uno genético o ambos. No hay una prueba de que la inteligencia se herede genéticamente ni tampoco de que la genética no tenga nada que ver”. Y continúa con un ejemplo ilustrativo: “Johann Sebastian Bach era un excelente músico y tuvo 20 hijos, cuatro de los cuales fueron excelentes músicos también, sobre todo, Carlos Felipe. Uno podría preguntarse, según una hipótesis genética, si esos cuatro fueron muy buenos también gracias a que heredaron de su padre algún gen que los llevó a tener esa predisposición, ese gusto por la música o el oído absoluto. O bien, podría preguntarse si esos cuatro hijos se inspiraron en la excelencia del padre y fueron motivados a ser buenos músicos; o incluso, desde una perspectiva psicológica, si se sintieron obligados por el padre a imitar su ejemplo”.

Mientras un enfoque sería más determinista-genético, el otro sería híper- psicologista. “El resultado final es que no sabemos. Cuando un científico no tiene manera de averiguar algo, lo mejor que puede decir es nada. No es una cuestión de opinión, sino de medición”, sentencia el investigador superior del Conicet.

Los estudios clásicos que inundan los manuales de biología refieren a análisis sobre el coeficiente de inteligencia de hijos adoptados, y su comparación con el coeficiente de los padres adoptivos y los biológicos. Lo que tradicionalmente se indicaba es que había una correlación más alta con los padres adoptivos, lo que sostendría una hipótesis ambiental. Sin embargo, siempre había una salvedad en favor de la genética: cuando se ordenaban los coeficientes de inteligencia de los hijos de menor a mayor, el orden de crecimiento era similar al que seguía el coeficiente de inteligencia de los padres biológicos.

Rieznik desmenuza la escena contemporánea en el rubro. “La gran revolución en genética es la baja exponencial en el precio para la lectura del ADN. Eso permite realizar estudios de genoma completo en los cuales se asocian ciertas variantes de genes a enfermedades, o bien, a probabilidades cognitivas. No hay uno o dos genes que influyan en un comportamiento, por ejemplo, facilidad para la lectoescritura, el deporte, o lo que fuere; sino que son miles de genes, cada uno de los cuales tiene un efecto muy pequeño”, explica.

Por eso, cuenta el neurocientífico, se emplean puntajes poligénicos para la esquizofrenia y el autismo; para la velocidad y explosión muscular ligadas al deporte; incluso para arrojar probabilidades para ser extrovertido. Luego, lo que sigue es observar dónde se expresan esos genes. “Se vio que muchas variantes de genes que correlacionan con la inteligencia general se expresan en la corteza prefrontal, en la parte del cerebro que organiza el pensamiento, y en el hipocampo, la región en la que nacen las memorias”, señala.

Asimismo, hay otra idea que históricamente estuvo asociada a los genios y se vincula con estar separados de su contexto. Como si realmente fuera posible vivir aislados, no aprender de nadie más. “Cuando estudié la historia judía entre el siglo XIX y principios del XX, advertí una explosión (más o menos simultánea) de figuras que tienen un impacto de mucha relevancia en el campo de la cultura en general y las ciencias. Estoy pensando en Marx, Einstein, Freud y varios más, como los miembros de la Escuela de Frankfurt. Por lo tanto, me puse a analizar las condiciones que permitieron esta irrupción y pienso que es clave considerar los escenarios socioculturales que habilitan el florecimiento”, comenta Dujovne. Y completa: “No avalaría ninguna hipótesis genético-étnica, pero sí la influencia de posiciones sociales, capitales culturales, tensiones entre marginación e integración que desempeñan un rol importante”.

Condiciones materiales y determinismo genético

A lo largo de la historia, las posturas de determinismo genético han operado como una excusa para segregar. Así, basta con apelar un poco a la imaginación para proyectar, desde esta perspectiva, una sociedad de castas en que los que puedan determinar de antemano la genética de su descendencia, constituirán razas superiores. La creación, en definitiva, de súper-hombres: un peligro con olor a pasado que pone en jaque un futuro cada vez más desigual.

Una manera más ajustada de pensar el problema puede ser la que aportan las ciencias sociales. Dujovne se pregunta: “¿Mozart hubiera sido Mozart tal como lo conocemos sin un padre compositor, director y profesor, que dedicó un tiempo y una energía extraordinarias a la educación musical de su hijo, y sin haber nacido en Austria? No es cuestión de hacer un ejercicio contrafáctico, sino destacar ciertas condiciones biográficas, sociales, económicas, culturales y políticas que favorecen la emergencia de un ‘genio’”. 

A continuación, se pregunta Dujovne: “¿Por qué algunos países tienen un número de premios Nobel desproporcionado respecto a su peso demográfico en el mundo? ¿Será que naturalmente tienen más genios individuales, o será que hay un marco que estimula y garantiza las condiciones materiales necesarias para que un número amplio de personas pueda tener una mayor dedicación a cierta disciplina, y de entre las cuales hay más posibilidades que pueda surgir un nuevo "genio"?”.

Son preguntas sin respuesta, de esas que habilitan nuevas preguntas y que probablemente nunca serán respondidas.

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