ELLA, CONTRA EL ODIO Y LA DESMEMORIA

“No es filantropía ni es caridad, ni es limosna, ni es solidaridad social, ni es beneficencia. Ni siquiera es ayuda social, aunque por darle un nombre aproximado yo le he puesto este.” Las palabras son de la propia inspiradora de la Fundación de Ayuda Eva Perón, que funcionó con un objetivo preciso: “Llegar a los lugares donde la justicia social aún no ha llegado”. 

La Fundación pasó a ocupar el lugar que había tenido hasta entonces la Sociedad de Beneficencia, pero con una nueva concepción, dirigida a sujetos de derechos y ya no destinatarios de la caridad. 

Eva lo explicó así: “Yo pretendo al menos que ningún hijo de oligarca, aun cuando vaya al mejor colegio y pague lo que pague, sea mejor atendido ni con más cariño que los hijos de nuestros obreros en los hogares de la Fundación. Por eso también ningún oligarca, por más dinero que tenga, podrá ser mejor atendido en ningún sanatorio del país, ni tendrá más comodidad y más cariño que los enfermos en los policlínicos de la Fundación. La razón de mi actitud es bien sencilla. ¡Hay que reparar un siglo de injusticias!”.  

A esa mujer de pueblo, nacida y criada bien lejos de las riquezas y del poder que usufructuaban minúsculas minorías, aliadas de fuerzas extranjeras, nadie podía enseñarle en qué consistían y a quiénes afectaban esas injusticias. 

Ya al volver de su gira por el exterior de 1947, como consorte y enviada del movimiento liderado por su marido, Eva señaló que “las obras sociales de Europa son, en su mayoría, frías y pobres. Muchas obras han sido construidas con criterios de ricos, y el rico cuando piensa para el pobre, piensa en pobre”. 

Más claro aún, continuó Evita en otra ocasión: “Yo no tengo ningún escrúpulo en hacer obras que construye la Fundación, incluso con lujo, tal vez podría cumplir igualmente su misión con menos arte y menos mármol, pero yo pienso que para reparar el alma de los niños, de los ancianos y de los humildes, el siglo de humillaciones vividas, sometidos por un sistema sórdido y frío, es necesario traer algo de mármoles y de lujo. Es decir, pasarse si se quiere un poquito al otro extremo en beneficio del pueblo y de los humildes”.  

Para el pueblo lo que es del pueblo

De más está decir que ese “pasarse al otro extremo” fue una de las críticas que la Fundación recibió en casi toda su existencia. Eva, sin embargo, al cuestionar el paradigma previo, instaló una nueva lógica en el imaginario popular. 

En aquella lejana Argentina, las intervenciones más contundentes del Estado dentro del campo de las políticas sociales se pusieron en práctica recién a finales de 1943. Los intentos anteriores fueron “esporádicos, mal organizados y con un bajo nivel de impacto real en las necesidades de la población”, según el investigador y docente universitario Alfredo Juan Manuel Carballeda.  

El cambio, define el especialista, se produjo cuando la acción social ubicó al beneficiario en otro lugar, “el de acreedor de una deuda que la sociedad tiene para con él”, como supo trasmitirlo con pasión Eva.  

El nuevo sentido asignado a partir de entonces a las instituciones de salud, acción social o educación y la profunda renovación de normas laborales implementada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión cobraron un carácter simbólico que aún hoy permanece en la conciencia colectiva.  

Es que, como enseñó Eva con toda su energía, la atención de las necesidades más urgentes no es aleatoria ni una decisión voluntaria de asociaciones privadas, religiosas o empresariales, sino un derecho exigible al Estado. 

Los humildes, los descamisados, fueron ganados por las acciones y las arengas demostrativas de un compromiso genuino de esa frágil mujer, que supo transmitir su convicción de que la lucha instalada en el plano social y político tenía como adversario al polo opuesto de la clase trabajadora, la oligarquía, identificada con la explotación a los trabajadores y la defensa de los capitales foráneos. 

Enemiga de eufemismos, los términos con que Evita descalificaba a los opositores fueron desde los motes de “egoístas”, “vendepatrias”, “traidores”, “oligarcas”, “enemigos”, “explotadores”, “malvados”, “traficantes de nuestra soberanía”, “mediocres”, “cobardes”, “entreguistas”, hasta los más insultantes, como “insectos” o “víboras”, enumera el también profesor Hugo José Amable. 

Evocaciones

Ella partió de este mundo el 26 de julio de 1952 para convertirse en leyenda popular, viviente y de ardor constante con apenas pronunciar su nombre. Así lo hicieron desde entonces numerosos artistas que la ungieron como musa inspiradora. Vayan como muestra, en la inacabable batalla contra el olvido en que muchos quisieran borrarla de la historia, fragmentos de algunos homenajes poéticos.  

“Eva Perón”, de Rolando Dorcas Berro: “No descansa tu espíritu, batalla/ con más bríos que nunca, aún concita/ el eco de tu voz, que a veces/ era un torrente implacable de justicia (…)/ No necesitas mármoles, ni bronces,/ para ser venerada por tu pueblo:/ ¡tu imagen se ha grabado en sus entrañas/ con el cincel de tu pasión de fuego!”. 

“Canción elemental”, de José María Fernández Unsáin: “Mujer bandera, con la voz del viento,/ alzando entre los ángeles su altura./ Esta mujer que es fruto y es semilla,/ que es jugo en la raíz, penumbra y faro./ para poder decir su nombre claro,/ levanto la palabra maravilla”.  

 

Daniel Víctor Sosa es autor de El monstruo y la fiesta. Barricadas peronistas y opositoras allá lejos y hace tiempo (Ciccus, 2022). 

 

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