TEATRO EN EL CELULOIDE

La película inconclusa es el título de una obra de teatro que despierta algunas preguntas ineludibles: ¿Veremos una puesta teatral que en verdad es una película? ¿Veremos cine dentro del teatro o teatro dentro del cine? ¿Cómo confluyen ambas expresiones dentro del espacio que nos espera antes de ingresar a la sala?

Una vez instalados los espectadores en las butacas, detectamos a la izquierda, al borde del escenario, el primer cuadro que compondrá la primera escena: una joven de cabello largo, boina y sobretodo montada sobre una vieja bicicleta fijada al piso que carga, en el lugar del manubrio, un proyector de películas de 35 milímetros. La joven –de ahora en más la proyectorista– empieza a pedalear y en simultáneo mueve la manivela. Surge desde allí una luz fría e intermitente que apunta directo al centro del escenario y que despejará el próximo cuadro: varios cuerpos conforman una ronda apretada, mientras se balancean a un lado y a otro al compás de la música que será base y motor. Desde arriba, una luz tenue y cálida destila una luminosidad tan característica de la pintura flamenca, mientras un sinnúmero de brazos, surgido de la apretada ronda, eleva el maniquí de un niño que sobresale por encima de las cabezas. El niño-maniquí representa todas las infancias. La infancia es una de las preguntas sin respuesta que desampara en la obra. La infancia y la muerte. O, más bien, la vida entera.

Así comienza La película inconclusa que, al revés de lo habitual, dramatiza el universo del cine dentro del teatro. Pero sin cine. Es decir: los actores representan a actores atrapados en la eternidad circular de un celuloide. Todo lo que sucede en escena se circunscribe a fragmentos de esa película que nunca concluirá porque el celuloide está cortado, interrumpido o dañado. Y, esencialmente, porque se verá amenazado por “una” Satanás, personaje de cabellera crispada y capa estridente, tan roja como el infierno que, junto con la proyectorista, deambula en esa otra dimensión, por fuera del celuloide, decidiendo sobre “las vidas” de quienes allí, atrapados, habitan a regañadientes.

Tiempo y demora

La película inconclusa, que se puede ver los jueves a las 21 horas en Tinglado Teatro (Mario Bravo 948), es una creación del escritor y director teatral Marcos Rosenzvaig junto a su grupo Circus renacentista compuesto por cuatro actores (Alejandro Mazza, Luis Solanas, Horacio Wuille Bille, Eugenio López Arriazu), ocho actrices (Luciana Ramos, Adriana Pregliasco, Laura Pons Vidal, Emma Rivera, Liliana Marchini, Gabriela Ramos, Macacha Verón Halaris, Gisella Sirera) y dos cantantes líricos (el barítono Juan Salvador Trupia y la soprano Marina Padilla García). Los catorce constituyen un entramado compacto y coordinado, amparados por sus sólidas actuaciones, la música, la iluminación, el vestuario, los maniquíes y demás objetos exaltados por la inutilidad y el desgaste. Hay despliegue pictórico y movimientos corporales que desconciertan. Son cuadros, numerosos cuadros con sus voces, que harán de las escenas una danza constante que por momentos excita y emociona, por momentos aflige y desorienta.

Entramos en otra temporalidad. Entramos en una ciénaga de belleza condensada. Nos internamos en un fuera de tiempo, un tiempo distinto, una ruptura de la convención. Un cruce de temporalidades compartidas: el tiempo de la escena, el tiempo de la vida más allá de la escena, el tiempo de la repetición y de la angustia por la repetición, el tiempo de la muerte que es un tiempo circular y disperso, el tiempo de la época sin época. Concluimos que el tiempo se torna inmensurable a lo largo de la hora y media que dura la obra, oh paradoja. Se trata, esencialmente, de que aprendamos a demorarnos, como dice Hans-Georg Gadamer en La actualidad de lo bello: “Un demorarse que se caracteriza porque no se torna aburrido. Cuanto más nos sumerjamos en ella [en la obra de arte], demorándonos, tanto más elocuente, rica y múltiple se nos manifestará. La esencia de la experiencia temporal del arte consiste en aprender a demorarse.”

“Llegué a Cracovia buscando a Kantor”

Rosenzvaig estudió a fondo el “Teatro de la muerte” de Tadeusz Kantor, el genial artista polaco creador del Cricot 2, que vino a Buenos en dos ocasiones, en 1984 y en 1987. Ya había muerto Kantor cuando Rosenzvaig viajó y se estableció en Cracovia durante seis meses, para visitar la Cricoteca, estudiar, leer y entrevistar a los integrantes de la compañía. De ahí surgió un primer libro que sufrió modificaciones y agregados, a lo largo del tiempo, hasta llegar a Tadeusz Kantor. La memoria de los muertos, cuarta versión.

La película inconclusa, realizada con el apoyo de la Embajada de la República de Polonia, en el marco del homenaje que celebra los 40 años de la primera presentación del Cricot 2 en el Teatro General San Martín, profundiza algunos rasgos típicamente kantorianos, como la presencia de los maniquíes y la muerte como dimensión espacio temporal, pero marca un rumbo propio. Rosenzvaig no sólo admite la influencia del maestro, incorporando algunos elementos esenciales de su estética, sino que se desprende y asume su propio camino con irreverencia y desatino. La película inconclusa, de hecho, amordaza el humor dentro de la tragedia, generando una tensión dialéctica tanto en los personajes como en los espectadores. Rosenzvaig trabaja a fondo la palabra, los textos tienen relevancia tanto desde lo narrativo como desde lo poético. La película inconclusa despliega pequeñas historias sostenidas por la potencia de los diálogos en sintonía con el trabajo de los cuerpos. Las referencias bíblicas se entremezclan a lo cotidiano y banal. Y la inclusión de la ópera, como elemento estético, aporta tradición a lo disruptivo.

Estarás conmigo en el paraíso, Indeman o a dónde fue a parar la valija, ¿Ya se hizo usted su fotografía? y El arte del buen morir, realizadas siempre con el grupo Circus renacentista, anteceden a esta puesta y la prologan –y le ofrecen raíz para su continuidad- porque, finalmente, constituyen una misma obra. Es importante destacar que este exigente trabajo escénico sólo puede concretarse si se cuenta con un talentoso elenco, comprometido y mancomunado.

“Antes de ser recuerdo eres olvido”, reza un implacable verso del gran poeta de Gualeguay, Carlos Mastronardi. Parece un decir, un subyacer textual de esta obra que nos saca del confort y nos empuja hacia dentro. La película inconclusa reivindica a los olvidados y los regresa. Y nos confronta con nuestra existencia y nuestra desaparición. Porque somos quienes somos, quienes dejaremos de ser, quienes seremos olvidados a través de la fragancia del recuerdo.

La película, entonces, será nuestra. Cada espectador armará su propio celuloide mancillado.

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