LUCAS ARRIMADA HEREDARáS EL CAOS: PADRES CONSTRUYEN UN FUTURO DE DESINTEGRACIóN Y VIOLENCIA PARA SUS HIJOS

“Una nueva generación está creciendo entre nosotros, una generación impulsada por nuevas ideas y nuevos principios. (...) Pero vivimos en una época escéptica y, si se me permite usar la expresión, atormentada por los pensamientos: y a veces temo que esta nueva generación (...) carezca de esas cualidades de humanidad, de hospitalidad, de buen humor, que pertenecía a una época más antigua”.

James Joyce, “Los muertos”, 1914.

1. De la delegación legislativa a la delegación generacional.

El Presidente consiguió una delegación legislativa del Congreso de la Nación. La capacidad de control institucional será casi inexistente y la capacidad de producir daños irreversibles será inmensa. El Art. 29 de la Constitución parece ser superfluo y nuestra historia constitucional parece no haber enseñado absolutamente nada. Las corporaciones les piden al Presidente que dicte ciertos decretos, pero ellas los redactan. Ellas no delegan. El Presidente firmará, el Congreso profundizará su debilidad estructural y la Corte, como la policía hace con los narcos, dejará hacer.

Una generación de políticos que están en el ocaso de su vida -biológica, intelectual y política- endeudan a las próximas generaciones que nacen condenadas a la pobreza (y progresivamente cada vez más pobres), en una economía en restricción sistémica, con un Estado fallido, una deuda impagable y una sociedad en fragmentación profunda. La irresponsabilidad generacional de políticos profesionales que no sufrirán el futuro distópico que construyen no les impide seguir robando recursos a sus sucesoras. Las actuales generaciones de la clase política y empresarial viven y gozan de los recursos que las próximas pagarán con pobreza y sufrimiento, con violencia y desintegración.

Ciertos jueces federales delegan sus decisiones a los narcos que los controlan y hay dos jueces supremos que son de la provincia donde el narcotráfico más creció y construyó poder político y judicial, con pánico social palpable y violencia real.

La destrucción de las capacidades del Estado y de la autoridad pública, el desorden social que se está organizado, tendrá una salida que será costosa para todos, pero mucho más para las próximas generaciones que vivirán una cultura abiertamente menos democrática, más autoritaria, con menos garantías y más precariedad.

Padres infantilizados delegan la crianza de sus hijos a los dispositivos que vuelven a una generación ansiosa y adicta a las pantallas. Se exacerba el narcisismo frenético y el hedonismo depresivo, se sobreestimula y se cultiva la incapacidad de sentir otra cosa que placer de corto plazo.

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No se puede pedir que políticos que viven en las pantallas vean el daño a la salud mental que las pantallas producen en ellos o en nadie. Tampoco se puede pedir que el sistema político y judicial protejan los derechos que nominalmente tenemos pero que las plataformas digitales hace dos décadas ya derogaron de facto (intimidad, privacidad, seguridad, honor, etc). A la licuación de nuestros derechos sociales y reales, con la pobreza y el desempleo creciendo, se le debe sumar todos los derechos que cedemos en la producción tecnofeudal de datos digitales.

Nadie parece querer evitar, frenar, reducir o siquiera reconocer cuáles serán las consecuencias de la descomposición social de estos tiempos. Desintegración que afecta transversalmente a todas las edades pero cuyos resultados veremos en las nuevas generaciones, sus hábitos y sus capacidades cognitivas, que veremos en las emociones y la religiosidad ganando terreno. Tomando todas las decisiones no solamente en lo social y político sino a nivel empresarial e internacional.

La fuga hacia adelante -y hacia cuentas en el extranjero- fue una constante de la política argentina tanto en gobiernos de facto como en los democráticos. Todos parecen pensar que sus acciones no tienen consecuencias y saben que no sufrirán las consecuencias de robarle el futuro a niños por nacer. No hay mecanismos institucionales ni políticos para frenar esa práctica cíclica.

Aquellos que diseñan deudas impagables, aquellos que dejarán un 80 por ciento de la población de Argentina bajo el nivel de pobreza, los que embrutecen con guerras culturales, los que construyen ese empobrecimiento para redistribuir riqueza para los ya ultra-ricos y hacerlos todavía más brutalmente ricos. Ese barbarismo y brutalismo, que es otra forma de pobreza, explica muchas cosas de los tiempos que vivimos. Los pobres se empobrecen todavía más para que los super-ricos acumulen idioteces que no necesitan ni realmente quieren.

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Una generación que le miente o le niega la verdad a su sucesora la condena a estar perdida en el laberinto. La comunicación y diálogo generacional podría mejorar las posibilidades de salir de ciertas trampas y desafíos que son inevitablemente intergeneracionales, que requieren coordinación entre generaciones.

Populismo, senilidad, show, religiosidad, deterioro cognitivo y encrucijadas históricas. El debate presidencial de los EEUU entre Joe Biden y Donald Trump expresa en múltiples niveles los problemas generacionales y la irresponsabilidad de las elites en construir procesos políticos razonables en una de las economías más importantes y en una de las repúblicas más antiguas. La misma encrucijada puede significar la elección de Francia del Domingo próximo y sus sucesivas en toda Europa.

Nadie quiere ver las catástrofes hasta que las catástrofes suceden. Después todos buscan estatus simulando apoyar a las víctimas de una catástrofe construida, diagramada, organizada y que generaró/generará riqueza para ciertos grupos que pasarán a ser invisibles, imperceptibles. Esas tragedias, y en especial esta tragedia en curso, son extraordinarias formas de sacrificar a las generaciones futuras a las que desde sus primeros años se los inocula con una ansiedad extraordinaria.

 

2. Entre las escuelas del resentimiento y las iglesias de la violencia.

La generación de la democracia parece haberse olvidado cómo educar, cómo construir autoridad democrática en una sociedad que se ve como una víctima enojada que vota a sus victimarios. Una sociedad de víctimas que construye una cultura que necesita de los Estados de excepción y pánico que construye peligrosismo en todos lados, que destruye la posibilidad misma de la confianza social necesaria para la paz y la coordinación. Fragmentados y desconfiados será imposible coordinar la mera supervivencia.

Esa sociedad panicosa necesita que la proteja con un aparato tutelar, represivo y autoritario para hacer procesos culturales de cazas de brujas y linchamientos constantes donde performa justicia en formas de ritos sacrificiales. Una justicia que será cada vez más salvaje e irracional, llena de rumores, sombras y carente de procesos de duda racional. En esos procesos las emociones impondrán su lógica y sus fundamentos en cada una de las hogueras digitales.

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Es extraordinario ver la historia de esos procesos donde hay racionalidad e irracionalidad mezclada como la historia de la banalidad del mal. En la mayoría de los casos, inquisidores bienintencionados denunciaban "el mal" desde un lugar irreflexivo de la virtud. Desde Sócrates hasta Bruno, la persecución de Judíos en Portugal, las cazas de brujas en Europa, los linchamientos populares y judiciales a afrodescendientes en EEUU, los procesos contra anarquistas y disidentes políticos en el mundo, el antisemitismo de los nacionalismos integristas, el pánico rojo de Joseph McCarthy, el encierro psiquiátrico de mujeres independientes, las terapias de conversión de homosexuales, el mesianismo de la violencia revolucionaria y las mentiras que circulaban en la última dictadura militar para ocultar ejecuciones sumarias, desapariciones y el mismo terrorismo de Estado en Argentina; todas las injusticias demenciales tenían justificaciones por un clima de época, por un consenso social que suspendía la razón y la prudencia por una “justa causa”.

El diálogo de las escuelas del resentimiento y las iglesias de la violencia es una de las múltiples formas del renovado culto por la muerte en un contexto tanto interno como internacional donde las guerras y los conflictos existenciales se multiplican, donde los traumas sociales gritan y escalan en lugar de ser escuchados y contenidos.

3. Una catástrofe en cámara lenta.

La desesperanza y la soledad de las nuevas generaciones son el caldo de cultivo de los nuevos mesianismos políticos que cultivan todo en la lógica bélica del amigo-enemigo, ellos o nosotros. Para superar la fragmentación de las minorías intensas que se nutren del resentimiento y acciones demenciales se tratará de construir mayorías electorales unificadas en la pura negatividad. De las mayorías humilladas a las acciones de histeria colectiva y sugestiones de masa que invitan a saltos al vacío, a las acciones violentas, que suspenden lo razonable, que piensan como enjambres, hay muy poca distancia.

Lamentablemente a nivel institucional los frenos constitucionales que parecíamos tener no logran impedir las regresiones sociales, culturales y políticas que estamos presenciando. Los actores llamados a frenar las injusticias, las justifican, encuentran teorías jurídicas de la crueldad. Se construyen estatus, carreras políticas y perfiles sociales en base a formas de negación de derechos y la violencia irracional toma forma de linchamiento y tortura institucional.

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Un Estado desarmado, una economía en contracción estructural y un sistema político invertido, ya trabajando para unos pocos factores de poder concentrado; esos tres datos anuncian que tanto la democracia como la Constitución serán vaciadas de sus elementos sustanciales, que necesitamos actuar de forma exigente y crítica ante la actual situación.

Tanto el ideal democrático como un verdadero compromiso republicano por la Constitución Nacional parecen entrar en su faceta contracultural, parecen formas debilitadas y en retirada gradual. Nunca más necesarias. Ambas, junto al más puro y simple amor por nuestro País y su comunidad, obligan a tener una responsabilidad que parece cada vez más excepcional. Más allá de los gritos de las escuelas de resentimiento y las iglesias de la violencia, el sacrificio de las nuevas generaciones a falsos dioses como Moloch se nos presenta como una catástrofe en cámara lenta que debemos evitar.

 

Lucas Arrimada es docente de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.

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