CéSAR BORDóN: "EN EL CINE ENCUENTRO EL LENGUAJE QUE ADEMáS ME DESTACA COMO ACTOR"

Hay intérpretes con señas de identidad claras. Y César Bordón es uno de ellos. Da igual el papel que le toque en suerte: puede ser el despreciable parroquiano de un bar rutero de mala muerte (Relatos salvajes) o el cariñoso y paternal Hugo López de Luis Miguel: la serie, y su performance tendrá iguales dosis de verdad y entrega. Ahora es Marcelo, el padre de Nahir Galarza en Nahir, la película de Prime Video que ficcionaliza el caso policial más sonado de la última década en la Argentina, y el efecto es el mismo: una manera de abordar un rol propio, singular y a pura naturalidad.

En una conversación íntima con El Planeta Urbano, el actor porteño de 62 años y con más de cuatro décadas de trabajo en sus espaldas, aborda su trayectoria como actor de producciones tanto locales como internacionales, cuenta detalles del trabajo que ahora mismo lo tiene en las pantallas de todo el continente y ofrece algunos datos de su vida fuera de los sets.

–Hace más de 40 años que te dedicás a la actuación. Hiciste teatro, cine, series y hasta publicidades, ¿dónde te sentís más cómodo?

–A mí me gusta el cine, y creo que es lo que más me consagra. En general, es lo que me ha destacado a nivel mundial, inclusive por sobre su hijo natural, que son las series. En las series se trabaja muy parecido al cine, solo que se divide en escenas. En el cine encuentro el lenguaje que además me destaca como actor, así que me gusta mucho.

–Además, formaste parte de "Relatos salvajes", un peliculón argentino.

–¡Sí! También, años atrás, estuve en otra que fue una de las películas que más me lanzó, no sé si en forma popular, pero sí en forma elitista para los cinéfilos, que es La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel. Ella es una directora muy personal, con un lenguaje muy especial, pero esa película me hizo saltar la valla de ser un actor de cine, fue muy importante para mí.

–Tu último trabajo fue interpretar al padre de Nahir Galarza, ¿cómo fue el desafío de asumir el papel?

–Fue muy interesante. Primero, yo no sabía que me parecía tanto al señor, así que lo primero que me dijeron es que era igual (se ríe). Luego, cuando lo empecé a ver realmente, en la transformación, el personaje y la persona real se parecían mucho. Teníamos que hacer una interpretación, pero también representar a un personaje vivo y contemporáneo, lo cual hace que sea siempre doble el desafío. No es lo mismo hacer de Napoleón, que es una persona que ha existido pero ya no está en el imaginario, que hacer de este señor o de Maradona, que son muy contemporáneos.

Después, fue tomar algunas imágenes y conductas que me indicó el director: esa tendencia de que era un tipo un poco esquivo, de no hablar demasiado. También fui tomando el acento. Y finalmente, fue meterse en un vínculo familiar y trabajar con el entorno, además de indagar en una cosa que es la más divertida porque está dentro del imaginario, algo que nadie vio.

–¿Conocías el caso a fondo antes de aceptar el papel, o te metiste a investigar cuando te convocaron?

–Yo sabía del caso porque era inevitable conocerlo. No se trata de un asesinato en circunstancias de robo, que es un hecho más accidental. Este es un caso raro: una chica muy joven, una familia bien constituida, en una región donde la gente parece ser mansa y de pronto aparece todo esto. Es diferente ver un caso por televisión, como yo lo veía y conocía, a cuando te proponen representarlo.

–¿De qué manera lograron reconstruir a la familia Galarza para representarla en la pantalla?

–Todos hicimos una investigación de cómo funcionaban. La chica tiene esa fascinación con el padre –por lo menos antes del asesinato, o antes de la cárcel–. Y la esposa tiene una postura más sumisa, más relegada. Hay un par de cosas que tomamos en cuenta, por ejemplo, vimos que cuando hacían las entrevistas, el padre respondía y ella no. Eso para nosotros fue clave. También es cierto que hay toda otra parte, y que era la que más nos interesaba, relacionada con cómo se llega a esa circunstancia y por qué. Ahí se ensaya una posibilidad basada en lo dicho por Nahir en sus declaraciones y confesiones.

–Puntualizando en la relación padre-hija, ¿cómo explicarías ese vínculo?

–Es una relación rebuscada, particular, muy íntima, de fascinación mutua y un tanto extraña. No se sabe si es un sacrificio o un acompañamiento. Creo que desde la película se apuntala un poco el mito de las posibles lecturas. Más allá de resolver algo, se agranda la lectura del espectador, se crea un espectador activo que a mí particularmente me gusta.

–¿Qué sentiste al ver el resultado final?

–Fue muy estimulante. La verdad es que me atrapó y me gustó muchísimo. Estoy feliz, y de hecho la debo haber visto unas cinco veces, cosa que no hago generalmente. Si tengo un producto, salvo algunos especiales, lo suelo ver solo una vez. Y si me enojo, a veces tardo un año en verlo de nuevo (se ríe). Así que es una alegría y un honor estar ahí.

–¿Qué se viene para vos en el futuro inmediato?

–Hay un dicho que me gusta: “No tengas demasiadas expectativas de la gente y evitarás muchas decepciones”. Entonces, lo que hago es ser más consciente con el paso a paso. Siempre me preguntan: “¿Qué proyecto te gustaría hacer?”, y digo que prefiero elegir sobre lo que me proponen; soy muy realista y demasiado concreto para eso, planeo mi futuro de esa manera.

Por otro lado, en lo único que tengo más dudas en este momento es en si voy a estar viviendo en esta ciudad o en otra. He vivido ocasionalmente en otros lugares y, como están cambiando un poco las raíces de nuestro cine, de nuestra industria y de nuestro país en valores generales –y también tengo un mercado afuera–, eso es lo que más me hace dudar hoy. Si no, me describiría como un porteño riverplatense que tiene la felicidad de hacer tres o cuatro películas por año, poder ir al club y pasarla bien, y estar básicamente con mi hija. Pero bueno, la vida es dinámica.

Fotos: gentileza Amazon Prime

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