SOLO TIENES 24 HORAS PARA VERLA: SE VA DE NETFLIX UNA DE LAS MEJORES PELíCULAS DE INTRIGA Y SUSPENSE DEL SIGLO XXI, UN THRILLER "FASCINANTE"

Un actor tiene muchos motivos para elegir o no trabajar en una película. Lo primero, por supuesto, es el dinero. Al fin y al cabo, es un trabajo y cobran por ello. La chequera ha convencido a muchas estrellas para aparecer, por ejemplo, en el MCU en papeles pequeños y poco relevantes. También está, obviamente, el guion, el primero de los motivos artísticos. Antes de que la película esté hecha, lo único que suele ver el actor es el guion, fijándose en toda la historia pero especialmente en el personaje. También está, supuesto, el resto del reparto, nada como una estrella atada al proyecto para convencer a otras a sumarse. De hecho, los repartos estelares normalmente son efectos dominó.

Sin embargo, suelen ser los directores, su currículum como cineastas, lo que puede hacer que todas estas preferencias sean ignoradas. Más allá de algunas estrellas puramente taquilleras, la mayoría de actores quieren trabajar con los grandes directores. Un papel para un gran director suele, además, exponerte a que te contraten otros y otros, y así entrar en el circuito de cine de calidad, y pasar a ganar festivales, premios y prestigio. Muchos actores aceptarían trabajar en una película de Tarantino o Scorsese en el papel más pequeño y estúpido del mundo, solo por que este figure en su currículum. Además, en muchos se crea una relación de confianza en los que actor y director saben que van a volver a trabajar juntos antes de que la película tome forma. El actor pone fe ciega en un proyecto vacío y el director crea al personaje y a la historia en relación a lo que quiere sacar del actor.

Sin embargo, aunque ninguna estrella lo dirá públicamente, hay grandes directores con los que es más difícil trabajar que otros. A lo largo de la historia de Hollywood ha habido tres grandes autores notoriamente desesperantes que hicieron valer hasta la última gota de sueldo del actor, repitiendo tomas una y otra vez. Charles Chaplin podía estar rodando el mismo plano meses y meses, aunque era difícil echárselo en cara porque él era, a la vez, el intérprete más exigido. Lo mismo cuentan de Kubrick, un perfeccionista que podía hacer a Tom Cruise rodar durante dos meses la misma escena de un simple saludo porque no le llegaba a satisfacer o llevar a los intérpretes al límite de su salud mental.

Pues la misma fama tiene un David Fincher al que le debemos gran parte de los mejores relatos oscuros y criminales de Hollywood en las últimas dos décadas. Podríamos hablar de 'Seven', de 'Zodiac', o incluso de la serie 'Mindhunter'. Fincher siempre exuda calidad, y se nota en cada plano que exprime a sus actores. Sin embargo, esa exigencia, esa extraña perfección se observa más y mejor que nunca en 'Perdida', magnífica adaptación de Gillian Flynn de su propia novela sobre una mujer que desaparece dejando a su marido como sospechoso, lo que desencadena una ola de incidentes. Ben Affleck, siempre algo limitado en sus interpretaciones, da la vuelta a sus faltas encarnando a este torpe hombre desesperado. Pero si por algo recordamos esta película circular, cerrada cual lacito, es por la mirada de Rosamund Pike y una interpretación que podría estar al lado de la palabra "complejidad" en los diccionarios.

'Perdida' llegó a nosotros hace nada menos que 10 años, y el 1 de julio abandonará Netflix. Por eso no se nos ocurre mejor ocasión para volver a verla o descubrirla por primera vez.

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